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"No Hubo Nadie" Sermón Domingo de Ramos, 2024




“El oprobio me destroza el corazón y desfallezco; esperé que alguien se compadeciese, y no hubo nadie; alguien que me consolase, y no lo hallé.'”

 

          “No hube nadie.” Hace siglos antes de su Pasión, el Señor ya nos habla de la profundidad de la agonía de su Pasión. En el libro de los Salmos, siglos antes de su presencia corporal en la tierra, ya es el mismo Señor que dio Su vida en el calvario hablando a nuestros corazones en estas palabras insoportablemente afligidas de la antífona de ofertorio hoy.

          En el calvario, el Señor entró en lo más profundo del sufrimiento humano – no solamente por la naturaleza horrífica de la crucifixión, sino por sentir la profundidad del abandono y aislamiento de haber sido traicionado y abandonado por sus mejores amigos y hasta, en su naturaleza humana, por Dios mismo: “¡Elí, elí, lemá sabachtaní!” “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”

          “Esperé que alguien se compadeciese, y no hubo nadie.” En el medio de los sufrimientos, la gran diferencia no es entre tener unas personas que te apoyan y muchas personas quienes te apoyan. Es entre tener alguien, y tener nadie. Si tenemos al menos a alguien quien sabemos está en nuestro lado, podemos echarle ganas, podemos aguantar, podemos seguir adelante. Pero cuando “no hay nadie,” es verdad que “el oprobio me destroza el corazón y desfallezco.”

          Cristo entró en lo más profundo del sufrimiento humano, experimentó el oprobrio y miseria, para que, en los momentos más difíciles, cuando sentimos también que “no hubo nadie,” alguien sí hay. Mis hermanos en Cristo, mientras nuestros corazones a veces en la vida entran en este abismo de sufrimientos, mientras podemos decir con el profeta, “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos,” NUNCA tenemos que decir que “no hubo nadie.” Él ha experimentado este abismo de abandono y oprobrio para que jamás estemos solos en este valle de lágrimas – alguien siempre sí hay.

          Pero este consuelo viene con una responsabilidad. El Señor se acercó a nosotros para acompañarnos en la vida. Y en esta semana santa, es nuestro desafío transformar el “no hubo nadie” del Señor a un “hay alguien,” por consolar a Su Sagrado Corazón a través de nuestros actos de penitencia, nuestra contemplación de Su Pasión y nuestra presencia en las conmemoraciones litúrgicas de estos días tan solemnes. En la Santísima Eucaristía, Su Corazón traspasado por la lanza, y por la ingratitud y oprobrio de los hombres, espera que haya alguien, espera que hayas tú.

 

Rev.do Royce V. Gregerson

Iglesia Parroquial de San Juan Evangelista, Goshen

Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, A.D. MMXXIV

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